jueves, 10 de mayo de 2018

Vivir en el aire

Casi la totalidad de sus vidas la pasan volando.

Tanto las aves marinas pelágicas como los vencejos comunes prescinden de la tierra firme durante la mayor parte de sus vidas, y sólo recurren a ella en la época de cría, mientras están ocupadas con la incubación de la puesta y la ceba de los pollos. Pero si las primeras se posan con frecuencia sobre la superficie del mar cuando las circunstancias se presentan adversas, los vencejos vuelan incasablemente sin otro soporte que su propio esfuerzo a lo largo de una ruta que une dos continentes y hasta dos hemisferios.

El cuerpo del vencejo está diseñado según los planos de la más completa máquina voladora. La forma de sus alas, largas y estrechas, muy rígidas y sin digitaciones, responde a la necesidad de desarrollar altas velocidades con un consumo mínimo de energía. El húmero ha quedado reducido a una mera prolongación de la articulación del hombro, mientras que los huesos del antebrazo y de la mano son comparativamente más largos que los de otras aves de su tamaño. Esta estructura interna les permite ejecutar un aleteo ágil y sin fisuras, de trayectoria cambiante a uno y otro lado, que transmite la falsa sensación de que las dos alas no se mueven de forma sincronizada. Su dominio del espacio aéreo es tan perfecto que pueden poner en práctica un repertorio de vuelo muy variado en el que la cola desempeña una función transcendental. Alternan el vuelo batido con planeos lanzados, súbitas remontadas, y virajes y picados profundos, que constituyen todo un recital y un alarde de precisión.

La desproporción que existe entre la longitud de las alas, que alcanzan una envergadura de hasta 48 centímetros, con una superficie de sustentación de 165 centímetros cuadrados y una capacidad de carga de 4,5 centímetros cuadrados por gramo, y la debilidad de unas patas diminutas, útiles sólo durante apenas un mes y medio para agarrarse a las paredes que rodean el nido, queda de manifiesto cada verano cuando un buen número de pollos volantones van a parar al suelo tras una primera intentona fallida y no son capaces de remontar el vuelo. Los adultos caídos o los jóvenes completamente emplumados lo consiguen después de grandes esfuerzos o cuando han tenido la suerte de arrastrarse hasta una elevación suficiente. Las raquíticas patitas no tienen bastante fuerza para impulsar en el aire los treinta y tantos gramos que pesa un vencejo, y las alas chocan contra el suelo antes de completar el recorrido de descenso. Es una situación desesperante. A veces basta con auparlos un palmo para que se puedan alejar chirriando.
 
Incluso copulan los vencejos en el aire.
Hasta el amor, volando

Los vencejos tienen la quilla muy desarrollada como consecuencia de la inserción de sus potentes músculos pectorales. El cuerpo es completamente aerodinámico y la cabeza presenta un perfil plano y huidizo, de aspecto inconfundible, con los ojos sepultados y unas «cejas» más claras que, aunque les prestan un semblante «huraño», favorecen la penetración e impiden el impacto de los detritus flotantes. Con semejante equipo, los vencejos cazan y comen en vuelo, beben sobre la marcha con una pasada rasante sobre las aguas quietas de las charcas, recogen en el aire los vilanos, las plumas y las hebrillas vegetales con las que tapizan el nido, duermen describiendo amplios círculos a 1.500 o 2.000 metros de altura y hasta copulan volando en el no va más de la acrobacia aérea.

Se ha comprobado que también copulan en el interior del nido, pero las cópulas aéreas, pese a ser fáciles de confundir con los vuelos intimidatorios y de expulsión de los jóvenes sin pareja, son más frecuentes de lo que se creía en un principio. Como si de un juego de persecución se tratara, la hembra alcanza al macho y se sitúa bajo él con un vuelo acompasado; en un instante se produce el acoplamiento y macho y hembra aletean juntos a lo largo de nos metros antes de separarse.

El reto de la vida.
Enciclopedia Salvat del comportamiento animal
Tomo 7: «El vuelo»

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